Hermann Bellinghausen Terminaron las deliciosas y muy merecidas vacaciones de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y se inicia la nueva temporada de caza. En un país en el que no se castiga nunca la responsabilidad gubernamental, por criminal que esta sea (lo que va del 68 a la guardería ABC de Hermosillo y la violencia institucional hoy contra el narco y los migrantes y, de paso, los legítimos movimientos sociales que protestan), un grupo de intelectuales y abogados se han dado a la noble tarea de abogar por unos indígenas de Chiapas que, consideran, están presos indebidamente, como culpables fabricados. Se trata de los paramilitares sentenciados por la masacre de Acteal en 1997. Pues una cosa es cierta: todos los presos eran paramilitares. El grupo al que pertenecían debe no sólo las vidas de Acteal, sino muchas otras en los meses anteriores a la masacre. Esta Habiendo tanto indígena preso injustamente en todo México (por no hablar de los muertos, desplazados, despojados, mujeres violadas), qué notable afán por tomar precisamente a ‘estos’ para probar que la justicia mexicana es fallida y convenenciera. O Uno pensaría que gente como esta investigadora lee algo más que los periódicos para enterarse. O cuando menos los periódicos. En el país militarizado de hoy, el Sus motivos tendrán estos abogados y abogadores. Hacen una elaboración meticulosa e imaginativa. Sobre todo en ciertos episodios de su Según Aguilar Camín (Milenio, 4 de agosto), aquella Navidad, la PGR detuvo a dichas personas “Eran todos antizapatistas, del bando contrario a los dolientes. La camioneta fue obstruida en su paso por el cortejo, al que por razones de seguridad vigilaban agentes de la PGR. Unas mujeres gritaron, señalando a los que viajaban en la camioneta: ‘Ellos son los asesinos. Ellos son’. La PGR detuvo a 24 viajantes, sin más prueba que el señalamiento de los deudos del cortejo”. Al igual que muchos testigos más, el autor del presente artículo estuvo allí. El momento está filmado. Quien resguardaba el cortejo eran centenares de zapatistas encapuchados, no la PGR y acompañaba a los difuntos el obispo Samuel Ruiz García. El dolor y el horror de los presentes era inmenso. En esas, con sospechosa precisión, llegó en dirección opuesta un camión de redilas lleno de campesinos, escoltados por la policía municipal de Chenalhó. Literalmente, se topó con los muertos de Acteal, en Acteal. Y con los sobrevivientes. De inmediato salieron voces, un clamor, no sólo de mujeres por cierto. Los dolientes los identificaron como paramilitares. Un momento de insoportable tensión. Nunca he dejado de pensar que alguien puso la mesa para un linchamiento ready made. Con perversión cronométrica. Mas no era una marcha violenta, y no lo iba a ser. Un cordón de zapatistas encapuchados rodeó el camión, con disciplina y eficacia, para impedir que la multitud tuviera acceso a los pasajeros de las redilas, y Samuel Ruiz intervino para calmar el ánimo de los deudos. Ninguno de los paramilitares negó serlo en ese momento. Su reacción fue de culpables, y de miedo. Agacharon la cabeza. ¿Por qué ninguno dijo Por lo demás, no fue la PGR la que los No es el único episodio inexacto en las reconstrucciones del revisionismo histórico de los autoasumidos desenterradores de Acteal. Igual sus versiones de la violencia en la gravera de Majomut meses atrás, y la En una entrevista aún inédita, filmada este año, Aguilar Camín elabora ampliamente su versión de todo aquello, con aplomo de historiador convencido de sus fuentes. Y para ejemplificar la tesis de que los malos no eran los malos, y los buenos tampoco eran tan buenos, cita con regocijo que Las Abejas de Acteal, El lenguaje no perdona. |
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