El Vaticano envió a este país de otrora sumisos oyentes a sus maniobreros de alto rango para transmitir, con precisa corrección, sus anticuados e injustos criterios sobre la familia. Varios cardenales y rotundos obispos hicieron gala de sus maneras de comportarse en distantes estrados, ordenar y vestir con gala y dispendio. Fue una fiesta diseñada para el despliegue de la alta burocracia eclesiástica, fuera nacional o salida de la misma curia romana. La intolerancia, el fundamentalismo y el desfase de la realidad fueron los distintivos impresos después de varios días de cónclave. Y no sólo eso, sino que la acompasaron con otras visiones tanto o más inaceptables: sobre la mujer, el Estado laico, la cultura (evangélica la llamaron) y la homosexualidad, entre otras cuestiones centrales. El Vaticano quiere apropiarse del núcleo básico de la sociedad como su distintivo señero sin detenerse a pensar que existía antes de la Roma histórica y, con segura esperanza, prevalecerá sobre su final desvanecimiento. Desde su muy particular sello reaccionario pretende definir su comportamiento, valores y normas, todo ello dictado por las concepciones que ha pergeñado desde hace centurias. La clerecía desea situarse en el centro del debate y ser, de nueva cuenta, árbitro indisputable e infalible de la disputa, el sanctórum que diga la primera, la siguiente y última palabra, la que formule las sentencias e imparta absoluciones urbi et orbi a los pecadores. Sesgan, de su definición familiar (padre-madre e hijos) a, cuando menos, un cuarto de los hogares monoparentales (madres solteras e hijos). Nada dicen de la común violencia que se despliega en su interior. Pero la curería de elite también afirma que las mujeres son las que, con sus modas y formas provocativas de conducirse, incitan a los hombres para que las agredan o falten al respeto. El recato, la discreción y la obediencia deberán ser sus patrones de conducta. La homosexualidad, para esta clerecía, es una desviación malsana y no puede ser reconocida y menos integrada a la convivencia social. Puede, tal vez, ser practicada en lo íntimo. Pero de ello se tiene que dar cuenta en la confesión, es decir, es materia de pecado grave. Al pronunciar tan rotundas como hipócritas sentencias se muerden la lengua (o la cola) y olvidan a incontables correligionarios que ven al prójimo (hombre, niña o niño) con una mirada lasciva y perversa y acuden, presurosos, a ocultar sus tropelías y delitos. Pero los diplomáticos enviados por el Papa alemán no se detienen en las minucias mencionadas. En el fondo, también desean darle un zarpazo más al Estado laico, su peor enemigo. La iglesia romana no ha quitado el dedo de este molesto renglón desde que la modernidad los arrasó. Lo sigue combatiendo con todas sus fuerzas disponibles. Quiere volver a tener la capacidad decisoria que, hace ya varias centurias, tuvo sobre creyentes, gentiles y soberanos. No se resigna a ocupar el lugar que la conformación de los estados actuales le deparan: ocuparse de los sentimientos de trascendencia, es decir, la íntima religiosidad de las personas. Saben, porque lo pueden hasta medir, que las sociedades siguen una ruta cada vez más secular y van formando nutrido rebaño, alejado de los mandatos, prédicas, bulas y encíclicas que tan a menudo lanza desde su sede romana. La Iglesia católica ha puesto mucho de su parte para alejar de su seno a los otrora creyentes. Es notorio su desfase respecto de las conductas y valoraciones que van adoptando los distintos pueblos de todos los países. México no es excepción. En este contexto se dio la presencia del señor Calderón en tal evento confesional. Hizo, para tan solemne ocasión, gala de su catolicismo provinciano y recibió su título por aclamación: “presidente católico”. Citó, para subrayar su entrega y pertenencia de credo, todo un santoral: su mal catalogado patrono y a los santos colectivos a los que describió como mártires de la persecución, es decir, los cristeros que mataban en el nombre de su Cristo. Nunca estableció Calderón su distancia como jefe de un Estado laico, logrado a golpes de sangre, decisión y valentía por parte de varios miles de mexicanos, entre los que no se cuenta él mismo. Su actitud fue la de uno de tantos asistentes, feligreses sumisos a los dictados de su jerarquía. Ahí, cardenales y obispos hicieron gala de sus potestades que reclaman divinas. Curas privilegiados que lucieron, con el desparpajo acostumbrado, sus ornamentadas vestiduras, sus joyas, símbolos inequívocos de poder y riqueza. Siguen permitiendo o solicitando ante su presencia, genuflexiones y besos de anillo y mano, tal como lo obligaron a partir de la Edad Media. La administració Parten, burócratas y políticos panistas, del citadino preconcepto según el cual todos los mexicanos confiesan la misma religión. Se olvidan, o desconocen, que hay muchos pueblos abandonados que no cuentan con los servicios de un párroco o notario público que actualice las actas que catalogan como viejas. Esta actitud monacal de los panistas se ha ido trasluciendo en sus maneras de gobernar. Se hacen más recalcitrantes cuando se declaran creyentes, cuando creen ser portadores de los valores tradicionales de la familia mexicana, cualquiera que esto pueda significar en el Guanajuato o en el Jalisco de las mafias extremistas que ahí se han entronizado. Poco a poco, paso a paso, dicho a dicho, el señor Calderón va sembrando lo que él y su partido habrán de cosechar en poco tiempo. |
Miércoles 29 de diciembre de 2010, p. 4
Lúcidos examinadores de la realidad y autores comprometidos murieron durante el año que concluye. Fueron referentes culturales, principalmente en el ámbito de las letras: el escritor Carlos Montemayor, el cronista Carlos Monsiváis, el narrador José Saramago y el filósofo Bolívar Echeverría.
La Jornada recuerda a estas personalidades, hacedores de un valioso legado.
También ocurrieron los fallecimientos del poeta Alí Chumacero; de los historiadores Friedrich Katz y Howard Zinn; de los narradores Tomás Eloy Martínez, J. D. Salinger y Miguel Delibes; y del filólogo Antonio Alatorre, entre otros.
El tenor, maestro, narrador, poeta, ensayista, traductor y activista Carlos Montemayor (Parral, Chihuahua, 1947) falleció en la ciudad de México el domingo 28 de febrero, debido al cáncer que lo aquejó durante meses. En su obra rescató la voz de los colectivos enfrentados al sistema político que les negaba cabida. Indígenas y grupos opositores de izquierda encontraron eco en su creación literaria y reivindicación en su discurso político.
Conocedor de las lenguas hebrea, griega clásica, latina, francesa, portuguesa, italiana e inglesa, tradujo obras clásicas como las Odas de Píndaro, Carmina Burana, poesías de Cayo Valerio Catulo, Virgilio y Safo, así como de poetas tales como Fernando Pessoa y Lêdo Ivo. Al parejo desarrolló una labor de rescate de los idiomas indígenas de nuestro país, que fructificó en un par de volúmenes centrados en éstos y en su poesía.
Otra de las herencias que deja fue recuperar en los libros Guerra en el paraíso, Las armas del alba y Las mujeres del alba, los motivos de los grupos opositores armados de las décadas de los 60 y 70, y el hostigamiento gubernamental a las comunidades que les dieron cobijo. Campesinos, indígenas, estudiantes, han sido masacrados una y otra vez en los países de nuestro continente. La historia de su resistencia es una memoria que dignifica nuestra vida
, manifestó el narrador.
El Premio Nobel de Literatura José Saramago (Portugal, 1922) murió el 18 de junio a la edad 87 años, debido a la leucemia. El novelista, poeta y ensayista conjuntó en su persona la generosidad, los ideales por la justicia social y una escritura profundamente determinada por la realidad. La existencia del portugués se puede caracterizar por su sentencia: El único valor que considero revolucionario es la bondad
.
Es el único portugués que ha ganado el máximo reconocimiento a las letras del mundo, que le fue otorgado en 1998 por su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía
, afirmó la Academia sueca.
“La razón de escribir, en el fondo, no es más que esa: escribir… No escribo para agradar, tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar. Me gustaría que todos mis libros fueran considerados como libros del desasosiego”, señaló Saramago en 2009 en torno a su novela Caín.
En El Evangelio según Jesucristo y Caín desnudó a la religión como mitificación de la realidad; y abordó el tema de la razón en los tiempos modernos en su trilogía formada por Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres y Ensayo sobre la lucidez.
Carlos Monsiváis (ciudad de México, 1938), cronista crítico de los fenómenos presentes en la mexicanidad, además de analista de los hechos sociales que han conmovido los cimientos de la sociedad nacional durante los siglos recientes, expiró el 19 de junio debido a complicaciones de una fibrosis pulmonar.
Identificado con la izquierda, el ensayista capitalino reivindicó en sus escritos al individuo y sus derechos como base del entramado social, contra el autoritarismo y la derecha. En esta lid se inclinó por el movimiento de 1968, los ídolos populares, las figuras de izquierda y los acontecimientos que significaban ideas progresistas; también apoyó las luchas de las minorías sexuales y culturales.
La obra de Monsiváis, caracterizada por la ironía frente a una realidad intolerable, fue un revire humorístico frente a los agravios por medio de la sátira política, como en su columna Por mi madre, bohemios, en la cual evidenciaba la ignorancia y exhibía la demagogia de políticos, empresarios, jerarcas católicos y personajes de la vida pública en general.
El editor y poeta Alí Chumacero (1918) falleció el 22 de octubre en la ciudad de México, víctima de neumonía. Fue un amante de la lectura desde su infancia en su natal Acaponeta, Nayarit, y a ella dedicó su vida entera como crítico, ensayista y editor. Entre su creación literaria destaca Poema de amorosa raíz, de los versos más célebres en nuestro país.
Laboró durante más de medio siglo en el Fondo de Cultura Económica y fue una de las figuras centrales del éxito de la casa editora. Ahí, el autor de Palabras en reposo atestiguó el paso de algunas de las mejores obras de la literatura mexicana del siglo XX y fue famoso el rumor, que Chumacero negaba, de haber mejorado la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo con su corrección.
El filósofo marxista e investigador Bolívar Echeverría (1941), referente crítico del capitalismo en América Latina, falleció el 5 de junio en la ciudad de México como consecuencia de un infarto. El ecuatoriano, que adoptó la nacionalidad mexicana, fue autor de una extensa obra sobre modernidad, economía y cultura, y enfocó su trabajo a los ámbitos de la teoría crítica y la filosofía de la cultura.
Echeverría consideraba al barroco en América Latina una forma de resistencia cultural y una modernidad alternativa. “La verdadera fuerza del impulso anticapitalista –escribió– está expandida muy difusamente en el cuerpo de la sociedad, en la vida cotidiana y muchas veces en la dimensión festiva de esta última, donde lo imaginario ha dado refugio a lo político y donde esta actitud anticapitalista es omnipresente”.
Teoría que sostuvo en obras como Conversaciones sobre lo barroco, La modernidad del barroco y Definición de la cultura.
El sábado 16 de octubre, a los 83 años, pereció en la ciudad de Filadelfia Friedrich Katz, a consecuencia de cáncer. El antropólogo e historiador austriaco dedicó su vida profesional al estudio del acontecer en México y América Latina en los siglos XIX y XX. Produjo obras indispensables para entender a nuestro país como La guerra secreta en México: Europa, Estados Unidos y la Revolución Mexicana, De Díaz a Madero: Orígenes y estallido de la Revolución Mexicana y la biografía Pancho Villa, ineludible si se desea comprender al revolucionario.
Howard Zinn (Nueva York, 1922) murió el 27 de enero por una afección cardiaca, . El historiador de izquierda plasmó en su obra el punto de vista de los de abajo durante la construcción estadunidense y fue autor del libro más vendido sobre el tema: La otra historia de Estados Unidos. Referente antibelicista en ese país, el también articulista de La Jornada mantuvo siempre la esperanza en el rescate de la humanidad contra la opresión.
El periodista y narrador Tomás Eloy Martínez, nacido en Buenos, Aires, en 1934, quien logró unificar lo mejor de ambas disciplinas en su obra, pereció el 31 de enero en la capital de su país. Fue autor de una extensa obra que incluye novela, crónica, ensayo, relato, libretos de cine y televisión, donde destacan La pasión según Trelew, prohibida por la dictadura argentina; Santa Evita, traducida a múltiples idiomas, y El vuelo de la reina.
Autor de culto en Estados Unidos, J.D. Salinger (1919) murió el 27 de enero, en New Hampshire. El guardián entre el centeno, publicado en 1951, bastó para colocar al escritor entre los más reconocidos de la literatura moderna de su país y lanzarlo a la fama que siempre despreció.
Miguel Delibes (1920) vivió una España enfrentada por la Guerra Civil y luego la férrea dictadura de Francisco Franco. Es autor de una narrativa del espacio rural español, cruzada por el hambre y la falta de libertades. Su deceso ocurrió el 12 de marzo.
El ensayista y reconocido filólogo Antonio Alatorre, expiró el 21 de octubre a los 88 años. Originario de Autlán, Jalisco, ejerció una labor docente en nuestro país y otras naciones, y fue estudioso de Sor Juana Inés de la Cruz, de quien editó las obras completas. Fue un notable traductor y hacedor de una obra especializada en la que sobresale Los 1001 años de la lengua española.
A lo largo del año también se registraron los decesos de la poeta y traductora Esther Seligson (ciudad de México, 1941); el poeta y especialista en literatura chicana Juan Bruce-Novoa (San José, Costa Rica, 1944-California, Estados Unidos); el escritor y cronista Armando Jiménez (Piedras Negras, Coahuila, 1917-Tuxtla Gutiérrez, Chiapas); el crítico literario Sergio Nudelstejer (Varsovia, Polonia, 1924), y el autor de novela negra Juan Hernández Luna (ciudad de México, 1962).
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