Álvaro Cepeda Neri La impunidad de funcionarios y delincuentes es el factor común del relajamiento institucional del estado federado, la federación y el municipio libre, como base de nuestra división territorial y organización política y administrativa, así como del espacio asiento de los poderes federales que es el Distrito Federal. Los delincuentes entran y salen de las cárceles por favoritismo y complicidad de jueces, magistrados y ministros de los poderes judiciales, en alianza con los ministerios públicos. Revista Contralínea / México Fecha de publicación: 15 de septiembre de 2008 | Año 7 | No. 110
Destitución de funcionarios, derecho del pueblo
Los funcionarios entran y salen de sus cargos sin rendir cuentas ni razón de sus actos y omisiones, y sin posibilidad de fincarles responsabilidades por las vías del juicio político o penal. Los presidentes de la república son intocables, sean del Partido Revolucionario Institucional (PRI) o del Partido Acción Nacional (PAN). Los gobernadores, excepcionalmente, han sido destituidos, pero jamás llevados a los tribunales. Por regla general –enriquecidos y con represiones de sangre para hacer valer su despotismo– se convierten en empresarios y banqueros con total impunidad.
Igual pasa con los presidentes municipales, síndicos, senadores, diputados locales y federales. No se diga con los jueces y magistrados del fuero común y federal; ministros de la Suprema Corte; funcionarios de empresas públicas (Petróleos Mexicanos, Comisión Federal de Electricidad, Luz y Fuerza del Centro, etcétera), del Instituto Federal Electoral, del Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación, con todo y que información e investigaciones judiciales, como de la Contraloría Interna de la Función Pública, los exhiben como más que presuntos responsables de prevaricación. Arrasan con bienes gubernamentales, hacen negocios al amparo del poder y se sabe que intercambian favores de protección por dinero con toda clase de delincuentes, en lo que se denomina narcopolítica.
Los funcionarios han sido rebasados por la criminalidad, debido a su negligencia, aunque más por sus complicidades. El binomio de funcionarios –que incumplen con sus obligaciones, preventiva y represiva para garantizar, no la mínima, sino la máxima seguridad para la paz social– y delincuentes –que han impuesto la ley de la selva– tienen en muy seria crisis de gobernabilidad y estabilidad política y económica al país, al grado de que impera la anarquía.
El auge sangriento ha sembrado el miedo individual y colectivo en una nación que tiene “el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno” (artículo 39 de la Constitución) y ese derecho para exigir la renuncia o destituir funcionarios, apuntalado por su derecho a que nadie debe interrumpir la observancia constitucional, como lo es el trastorno público de las delincuencias que han establecido un gobierno contrario a los principios de esa ley (artículo 136).
El procedimiento para deshacerse de los malos gobernantes, sin derramamiento de sangre (propuesta democrática y republicana de Karl R. Popper) es el juicio político. Pero existe, aunque remota, la posibilidad de exigirles que renuncien, una vez que han probado su ineficacia. En la época contemporánea, sólo un presidente de la República renunció, obligado a hacerlo por el poder tras el trono del “jefe máximo”, Calles.
Así que la nación, como sociedad, desde Victoriano Huerta –destituido por una secuela de la revolución de 1910– no ha podido echar del poder sexenal ni al ilegítimo Ávila Camacho, ni al criminal Díaz Ordaz, como tampoco a Calderón, impuesto por el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y una Suprema Corte que no quiso “practicar, de oficio, la averiguación de algún hecho o hechos que constituyan la violación al voto público; pero sólo en los casos en que a su juicio pudiera ponerse en duda la legalidad de todo el proceso de elección de alguno de los poderes de la unión”, y que es el caso de Calderón, cuya crisis de legalidad lo ha convertido en un presidente débil, incompetente e ineficaz.
El concepto de la palabra renuncia o destitución no ha entrado al vocabulario de la práctica política mexicana; por eso es que en cuanto alguien la pone en circulación, entran en pánico sus probables destinatarios. Cuando a Salinas y Zedillo les plantearon la exigencia de que renunciaran –después de que en 1968 se le exigiera a Díaz Ordaz–, nada pasó, pero al menos ese presidencialismo fue puesto en la picota de lo imposible-posible.
Electo Fox –y en cuanto transcurrió el primer año de su mal gobierno depredador, con sus payasadas y los excesos de su esposa, y más cuando se ensañó contra López Obrador en complicidad con legisladores federales del PAN y la cínica participación del presidente de la Suprema Corte, Mariano Azuela, y el procurador General de la República, Macedo de la Concha– estuvo rondando el fantasma de su renuncia por el abuso arbitrario de poder.
Ahora, en la cara de Calderón y su séquito; en la cara del presidente de la Corte; de diputados y senadores federales y de los (des)gobernadores del PRI, PAN y PRD; como en la cara de “líderes” como Gordillo y Romero Deschamps (“testigos” del Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad), la voz de un ciudadano irrumpió: “Si no pueden, renuncien”, quedándose todos helados tras recibir el balde de agua fría que remató el plazo de 100 días que otra voz les impuso para dar resultados o dejar sus cargos.
Calderón apenas si aplaudió, cuando el resto de los asistentes, para sepultar el doble reclamo, ahogaron con cerrada ovación la petición de que dejaran sus cargos o serían destituidos. Y es que no hay duda de que la nación está harta del ineficaz desempeño del PAN en el poder presidencial, con un Calderón y los calderonistas incapaces; mientras, aumenta el desempleo, la pobreza masiva, la inseguridad, y sus tontas políticas económicas naufragan en la recesión interna y los estragos de la crisis económica estadunidense.
Al plantear a toda la elite gobernante la alternativa de resolver el problema de la inseguridad o renunciar, adquiere plena vigencia el artículo 39: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste (de lo contrario): el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
A voz en cuello, les recordaron que el pueblo puede deshacerse de sus malos gobernantes, facilitándoles que unilateralmente renuncien o que un levantamiento civil les exija que se vayan por la vía de la destitución. La sociedad mexicana ya inició el ejercicio de su derecho, irrenunciable, para alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Y es que la democracia representativa enfrenta el desafío de la democracia directa: la del poder del pueblo. Cualquier incidente puede hacer las veces de catalizador de la crisis política, y estallar en vísperas del centenario de la revolución de 1910, que transita en el filo de repetir las fiestas del porfirismo al centenario de la independencia de 1810 y desencadenar lo que faltó en ambas para su conclusión (Orlando Fals Borda, Las revoluciones inconclusas en América Latina: 1809-1968).
cepedaneri@prodigy.net.mx
Miércoles 29 de diciembre de 2010, p. 4
Lúcidos examinadores de la realidad y autores comprometidos murieron durante el año que concluye. Fueron referentes culturales, principalmente en el ámbito de las letras: el escritor Carlos Montemayor, el cronista Carlos Monsiváis, el narrador José Saramago y el filósofo Bolívar Echeverría.
La Jornada recuerda a estas personalidades, hacedores de un valioso legado.
También ocurrieron los fallecimientos del poeta Alí Chumacero; de los historiadores Friedrich Katz y Howard Zinn; de los narradores Tomás Eloy Martínez, J. D. Salinger y Miguel Delibes; y del filólogo Antonio Alatorre, entre otros.
El tenor, maestro, narrador, poeta, ensayista, traductor y activista Carlos Montemayor (Parral, Chihuahua, 1947) falleció en la ciudad de México el domingo 28 de febrero, debido al cáncer que lo aquejó durante meses. En su obra rescató la voz de los colectivos enfrentados al sistema político que les negaba cabida. Indígenas y grupos opositores de izquierda encontraron eco en su creación literaria y reivindicación en su discurso político.
Conocedor de las lenguas hebrea, griega clásica, latina, francesa, portuguesa, italiana e inglesa, tradujo obras clásicas como las Odas de Píndaro, Carmina Burana, poesías de Cayo Valerio Catulo, Virgilio y Safo, así como de poetas tales como Fernando Pessoa y Lêdo Ivo. Al parejo desarrolló una labor de rescate de los idiomas indígenas de nuestro país, que fructificó en un par de volúmenes centrados en éstos y en su poesía.
Otra de las herencias que deja fue recuperar en los libros Guerra en el paraíso, Las armas del alba y Las mujeres del alba, los motivos de los grupos opositores armados de las décadas de los 60 y 70, y el hostigamiento gubernamental a las comunidades que les dieron cobijo. Campesinos, indígenas, estudiantes, han sido masacrados una y otra vez en los países de nuestro continente. La historia de su resistencia es una memoria que dignifica nuestra vida
, manifestó el narrador.
El Premio Nobel de Literatura José Saramago (Portugal, 1922) murió el 18 de junio a la edad 87 años, debido a la leucemia. El novelista, poeta y ensayista conjuntó en su persona la generosidad, los ideales por la justicia social y una escritura profundamente determinada por la realidad. La existencia del portugués se puede caracterizar por su sentencia: El único valor que considero revolucionario es la bondad
.
Es el único portugués que ha ganado el máximo reconocimiento a las letras del mundo, que le fue otorgado en 1998 por su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía
, afirmó la Academia sueca.
“La razón de escribir, en el fondo, no es más que esa: escribir… No escribo para agradar, tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar. Me gustaría que todos mis libros fueran considerados como libros del desasosiego”, señaló Saramago en 2009 en torno a su novela Caín.
En El Evangelio según Jesucristo y Caín desnudó a la religión como mitificación de la realidad; y abordó el tema de la razón en los tiempos modernos en su trilogía formada por Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres y Ensayo sobre la lucidez.
Carlos Monsiváis (ciudad de México, 1938), cronista crítico de los fenómenos presentes en la mexicanidad, además de analista de los hechos sociales que han conmovido los cimientos de la sociedad nacional durante los siglos recientes, expiró el 19 de junio debido a complicaciones de una fibrosis pulmonar.
Identificado con la izquierda, el ensayista capitalino reivindicó en sus escritos al individuo y sus derechos como base del entramado social, contra el autoritarismo y la derecha. En esta lid se inclinó por el movimiento de 1968, los ídolos populares, las figuras de izquierda y los acontecimientos que significaban ideas progresistas; también apoyó las luchas de las minorías sexuales y culturales.
La obra de Monsiváis, caracterizada por la ironía frente a una realidad intolerable, fue un revire humorístico frente a los agravios por medio de la sátira política, como en su columna Por mi madre, bohemios, en la cual evidenciaba la ignorancia y exhibía la demagogia de políticos, empresarios, jerarcas católicos y personajes de la vida pública en general.
El editor y poeta Alí Chumacero (1918) falleció el 22 de octubre en la ciudad de México, víctima de neumonía. Fue un amante de la lectura desde su infancia en su natal Acaponeta, Nayarit, y a ella dedicó su vida entera como crítico, ensayista y editor. Entre su creación literaria destaca Poema de amorosa raíz, de los versos más célebres en nuestro país.
Laboró durante más de medio siglo en el Fondo de Cultura Económica y fue una de las figuras centrales del éxito de la casa editora. Ahí, el autor de Palabras en reposo atestiguó el paso de algunas de las mejores obras de la literatura mexicana del siglo XX y fue famoso el rumor, que Chumacero negaba, de haber mejorado la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo con su corrección.
El filósofo marxista e investigador Bolívar Echeverría (1941), referente crítico del capitalismo en América Latina, falleció el 5 de junio en la ciudad de México como consecuencia de un infarto. El ecuatoriano, que adoptó la nacionalidad mexicana, fue autor de una extensa obra sobre modernidad, economía y cultura, y enfocó su trabajo a los ámbitos de la teoría crítica y la filosofía de la cultura.
Echeverría consideraba al barroco en América Latina una forma de resistencia cultural y una modernidad alternativa. “La verdadera fuerza del impulso anticapitalista –escribió– está expandida muy difusamente en el cuerpo de la sociedad, en la vida cotidiana y muchas veces en la dimensión festiva de esta última, donde lo imaginario ha dado refugio a lo político y donde esta actitud anticapitalista es omnipresente”.
Teoría que sostuvo en obras como Conversaciones sobre lo barroco, La modernidad del barroco y Definición de la cultura.
El sábado 16 de octubre, a los 83 años, pereció en la ciudad de Filadelfia Friedrich Katz, a consecuencia de cáncer. El antropólogo e historiador austriaco dedicó su vida profesional al estudio del acontecer en México y América Latina en los siglos XIX y XX. Produjo obras indispensables para entender a nuestro país como La guerra secreta en México: Europa, Estados Unidos y la Revolución Mexicana, De Díaz a Madero: Orígenes y estallido de la Revolución Mexicana y la biografía Pancho Villa, ineludible si se desea comprender al revolucionario.
Howard Zinn (Nueva York, 1922) murió el 27 de enero por una afección cardiaca, . El historiador de izquierda plasmó en su obra el punto de vista de los de abajo durante la construcción estadunidense y fue autor del libro más vendido sobre el tema: La otra historia de Estados Unidos. Referente antibelicista en ese país, el también articulista de La Jornada mantuvo siempre la esperanza en el rescate de la humanidad contra la opresión.
El periodista y narrador Tomás Eloy Martínez, nacido en Buenos, Aires, en 1934, quien logró unificar lo mejor de ambas disciplinas en su obra, pereció el 31 de enero en la capital de su país. Fue autor de una extensa obra que incluye novela, crónica, ensayo, relato, libretos de cine y televisión, donde destacan La pasión según Trelew, prohibida por la dictadura argentina; Santa Evita, traducida a múltiples idiomas, y El vuelo de la reina.
Autor de culto en Estados Unidos, J.D. Salinger (1919) murió el 27 de enero, en New Hampshire. El guardián entre el centeno, publicado en 1951, bastó para colocar al escritor entre los más reconocidos de la literatura moderna de su país y lanzarlo a la fama que siempre despreció.
Miguel Delibes (1920) vivió una España enfrentada por la Guerra Civil y luego la férrea dictadura de Francisco Franco. Es autor de una narrativa del espacio rural español, cruzada por el hambre y la falta de libertades. Su deceso ocurrió el 12 de marzo.
El ensayista y reconocido filólogo Antonio Alatorre, expiró el 21 de octubre a los 88 años. Originario de Autlán, Jalisco, ejerció una labor docente en nuestro país y otras naciones, y fue estudioso de Sor Juana Inés de la Cruz, de quien editó las obras completas. Fue un notable traductor y hacedor de una obra especializada en la que sobresale Los 1001 años de la lengua española.
A lo largo del año también se registraron los decesos de la poeta y traductora Esther Seligson (ciudad de México, 1941); el poeta y especialista en literatura chicana Juan Bruce-Novoa (San José, Costa Rica, 1944-California, Estados Unidos); el escritor y cronista Armando Jiménez (Piedras Negras, Coahuila, 1917-Tuxtla Gutiérrez, Chiapas); el crítico literario Sergio Nudelstejer (Varsovia, Polonia, 1924), y el autor de novela negra Juan Hernández Luna (ciudad de México, 1962).
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