miércoles, 5 de diciembre de 2007

EL DINOSAURIO DE OAXACA

El dinosaurio de Oaxaca.


Conocí al peor gobernante del México actual un domingo al mediodía en una hacienda amurallada. Me pareció un político ordinario, como cualquiera de esos sobrevivientes del viejo régimen de partido único que encabezó el PRI durante 70 años en este país. Esos que todavía hoy en el siglo XXI, permanecen algo poderosos.
Por entonces, al gobernante no se le notaba en los ojos esa mirada indiferente que luego se volvió tan característica, ante el asesinato impune y documentado, uno tras otro, de una veintena de mecánicos, maestros, obreros, indígenas y activistas opositores a su gobierno.
Oaxaca se llama el estado que él gobierna aún. Este lugar del sur mexicano es el segundo estado más pobre del país, después del Chiapas que se alzó en armas en 1994. Oaxaca ocupa el último lugar en abastecimiento de electricidad, drenaje, agua potable, pisos, vivienda, educación y un largo etcétera de carencias.
Pero en San Felipe del Agua, el barrio habitado por políticos donde queda la Hacienda en la que me citó el gobernante, no falta nada. A diferencia del resto del estado, este es un territorio “liberado” de la pobreza en el cual uno se podía sentir -si contaba con el dinero necesario- como en los barrios ricos de Madrid, Miami o el Distrito Federal.
Sí. Los pobres estaban ahí, claro, entre nosotros, pero sólo transitoriamente y como servidumbre: Limpiando, poniendo la mesa, estacionando autos y de vez en cuando extendiendo la mano para recibir propinas y luego desaparecer por las noches camino a sus barriadas, rumbo a la realidad.
Ese domingo del año pasado platiqué con el gobernante y al final, una de sus asistentes, quien había estado presente a lo largo de la conversación, me acompañó hasta el auto. Antes de que yo partiera, la guapa mujer soltó:
“¿Cuánto dinero vas a querer por la entrevista?”. Por un momento, me quedé callado. Ella continuó explicando: “Es un apoyo del Gobernador para tu trabajo. También te podemos ayudar con lo del hotel y si quieres también te podemos poner a un chofer”.
Yo tenía unos cuantos días de haber llegado a la ciudad. Iba a reportar para el periódico donde trabajo una huelga de maestros que terminó siendo una insurrección. La insurrección que le recordó a México que lo peor del PRI, no se había ido con el siglo pasado. Que aquél dinosaurio con el que se suele asociar la longevidad del régimen priista, ahí andaba todavía: suelto, erguido y acechador por el fuero jurásico de la política que se sigue haciendo en Oaxaca, tras 79 años de ser gobernada por el mismo partido: El revolucionario pero institucional.
Es diciembre de 2004. El gobernante acaba de llegar a su cargo y está preocupado. Nadie le celebró haber mandado a un grupo de vándalos a apropiarse de las instalaciones del periódico Noticias, el único que lo cuestiona. Tampoco parece haber reacciones favorables ante las órdenes de aprehensión giradas en contra de su principal adversario en la pasada contienda electoral, en la cual, por cierto, “se cayó el sistema” de conteo de votos en tres ocasiones. Incluso, a algunos de sus hombres cercanos conocidos como “La Burbuja”, tampoco les parece muy adecuado que el gobernante haya decidido cambiar la sede oficial de su administración a una oficina ubicada en el interior del cuartel de la policía estatal. Un mensaje de demasiada dureza, piensan.
Además, las marchas de protesta contra él, como quiera continúan. El teniente Manuel Moreno Rivas, un “Kaibil” experto en aniquilar movimientos sociales que el gobernante contrató como Director de la Policía Ministerial, hace lo que puede. Sí, es cierto que una decena de fastidiosos activistas ya fueron detenidos, que hay otros cuatro que están en Canadá, en calidad de refugiados por motivos políticos y que tres de los más beligerantes, murieron asesinados extrañamente por estas fechas. Sí, eso es cierto, pero la inconformidad no cesa y el gobernante está desesperado porque su viejo amigo Roberto Madrazo Pintado, es el candidato presidencial del PRI y él es su principal “operador electoral”, o como se le quiera decir a los que colaboraron como él, en esa vieja tradición priista de simular elecciones, cuando la democracia mexicana consistía en un simple dedazo del mandatario saliente. Gobernar Oaxaca distrae al gobernante de su trabajo en la campaña presidencial del PRI. Es común que se queje de que no lo comprenden aquí, de que no ven sus ideas modernizadoras. “¡Yo debí ser Gobernador de Sonora o de Nuevo León!”, bromea de vez en cuando ante sus más cercanos.

Por entonces apenas es 2004. Peor se pondrá después para el gobernante, en 2006, cuando un largo listado de organizaciones de todo tipo se aliarán bajo el nombre de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca para tratar de quitarlo del gobierno, después de tanta represión. Por casi 6 meses, las manifestaciones multitudinarias recorrerán las calles de la capital, los poderes públicos quedarán semiparalizados, las radiodifusoras y el Canal de televisión del gobierno estarán en manos de opositores y un largo entramado de barricadas rebeldes se erigirá en el Centro Histórico y en las colonias populares de la ciudad.
Sólo una crisis de las reñidas elecciones presidenciales y la consecuente debilidad del nuevo gobierno federal, el envío de miles de policías federales a la ciudad, la aparición de grupos de choque que lo apoyan y una millonaria campaña de publicidad, permitirán que el gobernante se mantenga en el cargo.
Ulises Ruíz Ortíz se llama el diputado federal que está a un lado del Consejero Nacional Héctor Hugo Olivares, mientras éste explica ante un grupo de reporteros que el PRI seguirá gobernando muchos años más en México. 22 de julio de 1998. Ya eran tiempos difíciles para la “dictadura perfecta” como llamó al régimen de partido, el escritor Mario Vargas Llosa. Los sucesos se agolpaban: asesinatos de líderes religiosos, sociales y políticos; escandalosos enriquecimientos de funcionarios develados en algunos periódicos; matanzas de campesinos en los pueblos de Acteal y Aguas Blancas; y fraudes bancarios estratosféricos.
Algo se estaba moviendo. Desde la oposición se empezaba llamar a “los priistas de siempre” como “los dinosaurios”. Héctor Hugo Olivares, uno de los aludidos, se defendía: “Se nos quiere descalificar a todos los que tenemos la convicción social con ese calificativo (de dinosaurios). Yo recuerdo que Javier García Paniagua dice que los dinosaurios eran ovíparos, que venían de los huevos, ¿no? A lo mejor por eso nos temen tanto”.
A su lado, Ulises Ruíz Ortíz, el diputado federal poco conocido, asentía con una sonrisa. Eran sus primeros días frente a los reflectores para un político que desde 1982 había sido siempre un delegado especial del PRI en las elecciones estatales difíciles para el régimen.
En todo ese tiempo aprendió las artes de la alquimia electoral priista como el acarreo masivo de votantes, el relleno de urnas y la compra del voto. Mapaches, se les llama en la jerga a los operadores que implementan estas prácticas que sostuvieron 7 décadas al PRI. Para ese julio de 1998, Ulises Ruíz Ortíz, aunque poco conocido en la opinión pública, ya tenía fama dentro del partido de ser uno de los mejores mapaches.
Antes de conocer a Ulises Ruíz Ortíz, conocí a otros dinosaurios. El primero fue Alfonso Martínez Domínguez. Quizá el más emblemático de todos con los que he hablado. Este hombre que murió de viejo en 2002 fue presidente nacional del PRI al momento de la matanza de estudiantes de 1968 y regente del gobierno del Distrito Federal, durante otra acción represiva cometida por el Estado el 10 de junio de 1972, en la capital del país.
Ya luego, Alfonso Martínez Domínguez, por orden del Presidente Luis Echeverría, fue también, a principios de los ochenta, el gobernador del estado donde yo nací, Nuevo León, al norte de México. Sus últimos años los pasó allá, rumiando, justo cuando yo empezaba a trabajar como reportero para una emisora local llamada “Radio Alegría”. Por esas fechas lo conocí y cada vez que tenía algún tipo de contacto con él, yo tomaba y tomaba apuntes de esas frases –algunas de él, otras de sus amigos dinosaurios- con las que me explicaba al PRI de ayer en México, o sea, el PRI de hoy en Oaxaca.
- “En política hay que tener dinero. No tanto como para que lo acusen a uno de corrupto, pero no tan poco como para no poder pagar un desplegado en el periódico cada vez que lo acusen a uno”.
- “En política hay que sumarse y sumirse”
- “Si el PRI llega a fenecer por completo, sería una barbaridad histórica”- “No conozco partido político en el mundo que esté integrado sólo por querubines o angelitos o arcángeles. Todos los partidos están integrados por hombres con grandezas y debilidades de hombres
- “El PRI es así porque así es México”
- “En política como en la foto, el que se mueve no sale”
- “La moral es un árbol que da moras”
- “Los casos de corrupción no afectarán al sistema, ni mucho menos al PRI, que es una institución tan fuerte y sólida como la Iglesia Católica”
- “Más que progresista soy de izquierda”
- “No es fácil llegar a dinosaurio”
El pueblo donde nació Ulises Ruíz Ortíz hace 49 años se llama Chalcatongo. Durante la insurrección de 2006, las autoridades del lugar, cercanas al centro izquierdista PRD, declararon al gobernante como “ciudadano no grato”. Para este 2007, después de recobrar el control del estado, una de las primeras cosas que hizo el gobernante fue darle dinero al presidente municipal, que ahora es del PRI. Sólo así, el gobernante volvió a ser oficialmente grato en su lugar natal.
Chalcatongo es uno más de los pueblos oaxaqueños que pueden seguir existiendo gracias al dinero que envían desde Estados Unidos los miles de hombres y mujeres, expulsados por la pobreza de estos lares. La única manera posible para quedarse a vivir decorosamente aquí es siendo un cacique, como lo han sido históricamente los integrantes de la familia Ruíz.
Odilón, abuelo del gobernante, es el cacique emblemático de este lugar. “A él la gente le tenía que besar la mano… y los pies”, platica Otilio Ruiz, presidente de bienes comunales. A Odilón Ruiz, quien falleció en 1967, se le conoció como Tatalón. Fue presidente municipal varias veces y solía imponer a sus sucesores en los periodos intermedios. De él dependían las vidas y haciendas de Chalcatongo. En cambio, de Cutberto, el padre de Ulises, casi no se sabe nada porque la mayor parte de su vida la hizo en Juchitán, un lugar de Oaxaca ubicado en pleno Istmo de Tehuantepec.
Allá fue donde el gobernante hizo sus estudios básicos, antes de ir al Distrito Federal a hacer el bachillerato en una escuela lasallista. Luego se matricularía en la Facultad de Derecho de la UNAM, donde sin embargo, no hay registro oficial de que se haya titulado alguna vez. Eso no importaba tanto, porque para esos años, los ochenta, el nieto del cacique Odilón, empezaría una vertiginosa carrera como el enviado del priismo nacional a las elecciones de algunos estados del país, donde había leves escaramuzar para aplicar la maquinaria del fraude con la que el régimen se sostenía en el Poder.
En Chalcatongo, casi nadie recuerda al joven Ulises Ruíz Ortíz. Apenas se le conoció ya que, a pesar de que Chalcatongo está en una serranía indígena donde suena la música ranchera y tropical, a él le gustaba oír y tocar la música de Led Zepellin. Los que lo oyeron tocar alguna vez concuerdan en que era un músico muy limitado, nada parecido a Héctor, Flavio y Romeo, sus tres primos hermanos que crearon y viven aún del guapachoso grupo “Los Kasikes de Oaxaca”, cuyo nombre retoma la alcurnia de la familia.
Con Héctor, uno de “los Kasikes”, el gobernante se fotografió hace tiempo en una de esas fiestas de la Ciudad de México que tanto le gusta amenizar. En la fotografía, ambos cantan a dúo “El Rey”, esa canción que durante la parranda mexicana, exalta la hombría y el pundonor.
La corrupción es el lastre de Oaxaca. El oaxaqueño de a pie suele pensar que todos los políticos, todos sin excepción, roban. Que una persona llegue al gobierno significa que buscará mejorar primero su situación económica. Ya luego hará lo demás.
Para el oaxaqueño promedio no hay una diferencia entre gobernar y robar. En lo absoluto. Y lo más curioso es que buena parte de la gente no ve mal esto, siempre y cuando, se suele aclarar: “Hagan algo por el pueblo, que repartan”.
Se piensa que todo aquél que ostenta algún tipo de poder usa éste para beneficio propio. Eso de que la política es para servir a la gente, provoca risas cuando se plantea en una conversación con algún mesero o con el dueño de una zapatería. Todos roban. Y en los propios círculos del gobierno, si es que hay uno que por la razón más loca que sea (sobre todo moral) decide no participar en el saqueo, ésta persona es vista primero con rareza y luego con molestia.
“Tú no aceptas dinero de nosotros porque seguramente te está dando dinero el PRD”, recuerdo que me dijo un funcionario de gobierno, al que le rechacé aceptarle una invitación a viajar a las bellas bahías de Huatulco con todos los gastos pagados por el gobierno. El que dice que no es porque alguien más le está dando. No hay otra lógica, en buena parte de la elite política que ha controlado este pobre estado.
Y la riqueza producto de ese buen negocio que es la política, no se esconde. Entre las múltiples propiedades que tiene el gobernante, está una mansión en Oaxaca y otra en la Ciudad de México, justo en el mismo barrio donde vive el empresario Carlos Slim. El gobernador de uno de los estados más pobres de México y el hombre más rico del mundo son vecinos. Y por aquello de cómo se puedan poner las cosas en el futuro, el gobernante ya decidió hace unos meses construirse una nueva casa, un poco más lejos del DF: allá en Miami, Florida.
¿Las razones de esto? Algo que noté después de charlar con decenas y decenas de políticos oaxaqueños es que esa voracidad por el dinero parece estar llevada por un instinto de supervivencia muy peculiar, por un presentimiento de que la carrera política es tan efímera y por eso hay que hacer provisiones. No vaya a ser que mañana se acabe el régimen de 79 años de gobierno de “El Partido”.
Y la corrupción solo es un lastre. La pobreza es el otro. Para poder oír lo que dice Oaxaca hay que saber escuchar 16 lenguas indígenas. De los 570 municipios en los que se divide su territorio, 418 son de usos y costumbres, es decir, son controlados bajo tradiciones que provienen, varias de ellas, desde antes de la Conquista. En 37 de éstos municipios, las mujeres no pueden votar y mucho menos ser votadas.
Por aquí no ha pasado la alternancia, mucho menos la transición. El gobernante, siempre un priista, controla la Cámara de Diputados, el Tribunal Superior de Justicia, la Comisión Estatal de Derechos Humanos y los tentáculos de su poder (emergido del dinero presupuesto público) llegan a todos los partidos políticos y la gran mayoría de los medios de comunicación.
Medio millón de los habitantes de aquí no pueden leer ni el letrero de un restaurante ni los artículos de la Constitución. Mucho menos escribir una carta para sus seres queridos o para el Presidente de la República, diciéndole que en Oaxaca se están muriendo de hambre con indicadores de pobreza similares a no pocos países de África.
El gobernante llegó tarde a la cita con Irene Zubaida Khan, una mujer nacida en Dhaka, Bangladesh, que desde el 2001 es la séptima secretaria general en la historia de Amnistía Internacional, una de las organizaciones no gubernamentales más prestigiadas en la defensa de los derechos humanos. Khan, quien estudió derecho en la Universidad de Manchester y en la Facultad de Derecho de Harvard y se especializó en derecho internacional público y en derechos humanos, le entregó ese 30 de julio de 2007, el documento “Oaxaca: Clamor de justicia”, en el cual enumera decenas y decenas de violaciones a los derechos humanos.
- Gobernador, ¿qué opinión tiene del informe que le acaban de presentar, en donde cuestionan las violaciones graves de derechos humanos y el autoritarismo de su gobierno?- preguntó la reportera Ixtli Martínez, al gobernante, una vez terminada la cita.
- Nosotros no compartimos el informe de Amnistía Internacional. Quienes escriben el informe, incluso son consejeros de la APPO…
- Pero Gobernador, la gente de Amnistía viene de Londres, es una organización con mucho prestigio…
- Está muy parcializada la información. Ya no hay conflicto en Oaxaca.
Una actitud similar mantendría el gobernante ante el alud de pronunciamientos de organizaciones y personas, en contra de su administración.
- Comisión Interamericana de Derechos Humanos (“En Oaxaca hay muertes violentas, ejecuciones extrajudiciales, torturas, uso desproporcionado de la fuerza, detenciones masivas, uso de francotiradores, agresiones a periodistas y llamado a atacar a defensores de derechos humanos”)
- Genaro Góngora, Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (“Oaxaca arde por dentro”)
- Comisión Nacional de Derechos Humanos (“Las policías Ministerial y Preventiva de Oaxaca, así como la Policía Federal Preventiva, se excedieron en el uso de la fuerza al intentar contener el conflicto social del año pasado: encarcelaron a nueve niños y adolescentes; mataron a una persona, con un proyectil de gas lacrimógeno; hicieron una razia en la que levantaron hasta a 100 personas sin razón, y los incomunicaron hasta por siete horas; torturaron a dos hombres con toques eléctricos, golpizas en el cuerpo, bolsas en el rostro; tuvieron a otros 139 atados de piernas y manos, los patearon, golpearon e impidieron comer, tomar agua o hacer sus necesidades fisiológicas”).
- Diego Luna y Gael García (“En Oaxaca no están acostumbrados a escuchar”)
- Juan de Dios Castro, ex Consejero jurídico del Presidente (Ulises Ruíz debe renunciar… Hay una doble esquizofrenia. Primero, ¿se excedieron las autoridades del estado de Oaxaca? Sí. ¿Violaron derechos humanos? Sí….Oaxaca, como Durango, es todavía un estado donde el gobernador manda al Congreso y al Poder Judicial”
- La realidad es que no voy a renunciar al Gobierno de Oaxaca, no voy a pedir licencia, no tengo azúcar, no me sube la presión, estoy totalmente sano pero sobre todo, con una voluntad de seguir construyendo en el estado. No van a detener a mi gobierno.- me dijo el Gobernador el año pasado en que platicamos en la hacienda de San Felipe del Agua.
- ¿Qué siente al prender la radio o la tele oficial y escuchar que le digan asesino, represor?
- Nosotros estamos cumpliendo con el pueblo oaxaqueño en lo que nos comprometimos. Yo no me he manchado las manos de sangre ni me las voy a manchar, ellos podrán decir misa pero que me lo prueben. No hay un solo maestro muerto, no hay un solo acto de represión en donde veas a los policías golpeando, hay una gran prudencia.
-¿Entonces cómo se llegó a esta situación?
- Es, te repito, un asunto del sur- sureste del país.
-¿No descuidó Oaxaca por operar elecciones para el PRI?
- No, mi compromiso primario es cumplir con los oaxaqueños, tú revisa en Oaxaca la obra pública que hay.
-¿Ha hablado con Felipe Calderón?
-Hemos tenido pláticas también, intercambiando opiniones.
- ¿Se han visto?
- Hemos hablado, desde el propio 3 de julio, desde antes de la elección y después de la elección. Hemos tenido llamadas y he tenido reuniones con gentes cercanas a él.
- ¿Y cómo ve él este conflicto?
- Bueno, que él no está ajeno a que es un conflicto dentro de la propia dinámica nacional, la preocupación también de que se resuelva este conflicto apegados a derecho, con el respeto a las instituciones. Si tu permite que por este plantón se caiga un Gobernador, al rato no solo se va a caer un Gobernador, se va a caer un presidente municipal, se va a caer el Presidente de la República.
- ¿Felipe Calderón lo respalda?
- Bueno, sí, él ha hecho declaraciones muy contundentes en ese sentido.
Después de vivir 6 meses en Oaxaca, a principios de este año renté un departamento en la calle Quintana Roo, muy cerca del Convento de Santo Domingo. Cuando no estaba en el Distrito Federal o Monterrey, iba de inmediato hacia allá para conocer lo que sucedía. En ese ir y venir en los primeros meses de 2007, no hubo una sola ocasión en que no me tocara presenciar un acto de protesta en contra del gobierno estatal. Ora eran comuneros de la sierra sur, ora taxistas, ora estudiantes universitarios, ora trabajadores del combate al paludismo. Nunca hubo paz completa en los alrededores de mi departamento de la calle de Quintana Roo. El mosaico de manifestantes era amplio y aunque muchos de los grupos no reivindicaban a la APPO, su demanda era en esencia la misma: Justicia.
También, cada vez que visitaba Oaxaca me enteraba de cosas como que la policía estatal había reprimido un acto de entrega de juguetes a niños el Día de Reyes, tan sólo porque la APPO era la convocante, o que las amenazas de muerte eran rutinarias en contra de opositores a la administración, o que los grupos parapoliciacos seguían operando en la ciudad levantando y torturando a quien osaba protestar públicamente en los actos del mandatario, o que los dirigentes del PRI habían comprado a dirigentes estatales y nacionales del PRD de cara a los comicios para elegir diputados y alcaldes, o que el Gobernador gastaba un promedio de 300 mil pesos diarios en medios de comunicación, tratando de reparar su deteriorada imagen, o que el chantajeado Presidente Felipe Calderón había acudido al Istmo de Oaxaca para compartir estrado con Ulises Ruíz Ortíz.
Sí, ese Felipe Calderón que apenas el 27 de septiembre de 1998, como líder nacional del PAN, en un encendido discurso dijo: “Nos da repugnancia votar con el PRI: nos da repugnancia votar con un partido que es sinónimo de corrupción y podredumbre”.
Y ahora los sinónimos significan otra cosa. PAN y PRI no solo votan juntos en Oaxaca: la gobiernan.

II

Las insurrecciones nunca estallan en las cafeterías. El Poder las provoca. Sorprenden a todos, asedian las calles y arrasan con lo que pueden. De pronto, la impunidad de la elite se ve vulnerada violentamente. Los gobernantes tiemblan, los empresarios enfurecen, los intelectuales del régimen se contradicen y los que sólo tienen dinero huyen despavoridos.

Un día de verano eso comenzó a suceder al sur de México, en Oaxaca. El Poder actuó despóticamente: aplastó y golpeó. Sólo después se detuvo a pensar y entonces ofreció el diálogo. Tras un desalojo policial fallido de un plantón de protesta apareció una muchedumbre insurgente, hordas de personas encarnadas en personajes visibles: un “ex-amigo” del Presidente Vicente Fox, de 117 kilogramos de peso; una maestra de kinder con dotes de locutora revolucionaria; un veinteañero que admiraba a Stalin; un viejo guerrillero enfermo del corazón; una doctora que sobrevivió a la represión de 1968; un niño limpiaparabrisas del Periférico oaxaqueño, y un comunista minusválido que llegaba a las protestas en silla de ruedas y con una sonda conectada al cuerpo. Estos antihéroes, presentes en todas las novelas revolucionarias, estos nadies de la real politik local, se convirtieron de pronto en “los líderes”. De la noche a la mañana se volvieron alguien.

El 17 de junio de 2006, decenas de dirigentes de cientos de rebaños políticos y sociales, igual de marginales unos que los otros, se reunieron en un deteriorado auditorio escolar y crearon lo que habría de llamarse la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). En los documentos firmados esa tarde quedó constancia de hecho: los nadies dirigidos por un sindicato de maestros se juntaron para buscar, por principio de cuentas, la caída del enemigo común, del gobernador de uno de los estados más pobres del país, donde un mismo partido ha gobernado desde hace 79 años y en donde la diversidad es tal que se hablan 16 lenguas indígenas, además del español.

III

La prensa no es bienvenida. La gran mayoría de los periodistas, la APPO dice tener motivos suficientes para decirlo, responde a los intereses de los políticos y de los hombres de dinero, los dueños de Oaxaca. Hay una diferencia abismal entre las frecuencias tomadas y las frecuencias de incidencia nacional.

Como si se hablara de dos realidades opuestas, la información es en ocasiones no sólo diferente sino encontrada. Los periodistas, para muchos de los integrantes de este movimiento, no sólo son representantes de la parcialidad. Son, sobre todo, las voces indeseables del conflicto. No reflejan la realidad de los hechos, distorsionan los sucesos. Para colmo, calientan el ambiente, dicen algunos, promueven la violencia, dicen otros.

José Jiménez Colmenares, de 50 años de edad, nacido en Ejutla de Crespo, es desde hace unas cuantas semanas un activo miembro de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca. Pero José, que hace unos minutos marchaba protestando, ahora está inerme, tirado sobre una camilla. Su cuerpo inmóvil viste una camisa de cuadros amarillos y un pantalón color café. José ha sido cubierto con una sábana blanca. A la altura del corazón, un hilito rojo de sangre delata lo sucedido: está muerto. El 17 de agosto de 2006 José Jiménez se convirtió en el primer activista asesinado por los grupos parapoliciacos. Hasta entonces éstos no habían tenido puntería O no habían querido tenerla, no habían recibido la orden de tenerla.

¡Por culpa de ustedes está muerto…, gritan los manifestantes, en su mayoría mujeres, cuando ven una cámara fotográfica, una cámara de televisión o una grabadora alrededor del cuerpo de José. La prensa no es bienvenida. Lárguense… lárguense… no se burlen más de nosotros, grita una ama de casa cuando ve a un periodista.

Los dirigentes buscan tomar el control de la situación tras el ataque. Sin embargo, la furia se ha desatado. No les vamos a hacer caso, les dan la confianza a ellos y luego (nosotros los periodistas) dicen que entre el Ejército a Oaxaca. Mejor que nos dejen así, responde una profesora al líder. Está a punto del llanto. Un centenar de maestros la secundan, gritan consignas contra la prensa. Vendidos, chayoteros, vayan a cobrar con el Gobernador, mañana van a decir que no hay muertos, que no pasa nada.

IV

Tanta lacra que hay en los medios de comunicación. No hay que creerles, camaradas, sobre todo a los de la prensa nacional, vienen y no dicen nada de nuestra demanda contra Ulises Ruíz, no les hagan caso, exige un locutor de Radio Universidad, la estación más escuchada en toda Oaxaca.

Son las 8 de la mañana y en el 1400 de AM, en el programa “Pasando revista”, se escucha la voz de una radioescucha: Yo sólo quiero decirle a los reporteros que no vendan su conciencia, que no vendan su verdad. Los invito a que tengan dignidad, que no vayan a cobrar su dinerito con el gobierno. Que den testimonio real de lo que está pasando”. La voz pertenece a un ama de casa que apoya al sindicato de maestros en rebeldía y a la APPO.

El locutor del programa, un maestro universitario, apoya a la mujer y aconseja a los reporteros: Si estudiaron Ciencias de la Comunicación tienen la verdad dentro de ustedes, aprendan a decirla, no sean como Televisa y TV Azteca que siempre han estado al servicio de los ricos. El diálogo radiofónico continúa en el mismo tono. No es extraño. La programación presume anteponer lo combativo a lo comercial. Es la propaganda que trasmite la radiodifusora ubicada en el campus universitario, la que la APPO tomó después del fallido desalojo.

Durante estos días turbulentos, el peor oficio que hay en Oaxaca es el de Gobernador. Pero justo después, apenas un poco más abajo, está el oficio de periodista. Diga la verdad, joven, nunca sacan nada, esta es la frase que escuchan, una y otra vez, los reporteros. Cosas del oficio. Sin embargo hay colegas a los que les ha ido realmente mal. En el Centro Histórico cuelgan en cordones las fotografías de los enviados y los camarógrafos de Televisa. Mentirosos, dicen los letreros que rematan los cordeles. Junto a estas imágenes, en tamaño póster, aparece el retrato del gobernador. Asesino, es la palabra que se adjudica a la efigie del mandatario.

La animadversión de los maestros a los periodistas no es nueva. Como resultado de este malestar nació Radio Plantón. Un grupo de jóvenes maestros, molestos por el mutismo de la prensa ante sus demandas, creó esta estación independiente —ilegal a ojos de las autoridades—, ocupando el 92.1 de la Frecuencia Modulada. El 14 de junio de 2006, semanas después de festejar su primer aniversario, una centena de policías estatales de elite entró a las instalaciones de la radiodifusora y destruyó todo lo encontrado a su paso. Tuvieron que pasar varios días antes de que Radio Plantón volviera a transmitir, con mayor potencia y con una infraestructura formal, gracias a la frecuencia y a las instalaciones de la estación de radio de la Universidad Autónoma Benito Juárez. Desde ahí volvería a pedir la renuncia del gobernador, hora tras hora, día tras días y semana tras semana.

Pero Radio Plantón combatiría también a la “prensa vendida”. La que no daba el testimonio de lo que estaba pasando el año pasado en México.

V

Suena a Perogrullo decir que los periodistas fuimos los tipos menos simpáticos de la historia de conflicto que se vivió en Oaxaca. Caíamos mal en ambos bandos. Éramos voces indeseables, testigos molestos. Bueno, la gran mayoría porque hubo algunos que supieron acoplarse a los cañonazos oficiales de dinero, así como colegas que se apegaron al eco fanático emanado de las trincheras de los rebeldes.

Ningún bando confiaba en los reporteros como gremio. Hubo un momento en el que era posible ver, en una marcha del PRI, sucedida por la mañana, pancartas que decían: “TELEVISA Y LA APPO SE AMAN”. Y era posible también, esa misma tarde, ver, en una marcha rebelde, pancartas que aseguraban: “TELEVISA, DEJA DE MENTIR. YA NO ACEPTES EL DINERO DE ULISES”.

En más de una ocasión había que hablar durante horas tanto con los plantonistas como con los funcionarios, quienes reclamaban tal o cual descripción que se había hecho sobre los sucesos. Por lo regular, siempre había argumentos para defender la historia contada.

Otras veces el problema no eran las palabras sino las balas. Antes de Oaxaca, me había tocado estar en Bolivia durante el alzamiento de mineros e indígenas, encabezado por Evo Morales, contra el ex presidente Carlos Mesa; había tenido la oportunidad de permanecer 15 días en Haití, donde la ONU realizaba una misión especial para recuperar los territorios en manos rebeldes, y me habían tocado los agitados comicios de Venezuela, en los que Hugo Chávez sometió a referéndum su permanencia en el poder.

Sin embargo, nunca antes había estado, literalmente, en medio de una balacera. Fue en Oaxaca donde viví la primera y la segunda, y la tercera… Las balaceras casi siempre igual: durante alguna marcha, manifestación o toma de la APPO, empezaban a sonar los balazos sin aviso previo. Habían llegado los grupos parapolicíacos. Unos corrían, otros se quedaban. Tú a veces hacías una cosa, a veces otra.

Así ocurrieron muchas balaceras. La más jodida, sin duda alguna, fue aquella en la que murió el periodista y activista Brad Will y otras dos personas más. Uno sentía vértigo en momentos así y desconcierto en las horas siguientes, cuando se hablaba por teléfono con algún otro reportero allá en el Distrito Federal, el cual bostezando te preguntaba: ¿de veras eran tiros, eran balas de verdad esos que se oían en la televisión?

No es que Oaxaca fuera un infierno, no. Pero había que estar alerta. Nunca sabías dónde podía saltar la liebre, como dicen los periodistas jubilados y escritores viejos que toman café por las mañanas en el Café La Habana, de la ciudad de México.

Hubo también algunos “testigos” que estuvieron en el conflicto como verdaderos turistas. Periodistas que llegaban como japoneses para hacerse una foto en alguna barricada y que a los tres días se regresaban a la Ciudad de México a tomar una copa de vino tinto en algún bar de La Condesa, donde contaban dramáticamente sus batallitas y donde daban sermones sobre cuál era la problemática de fondo en Oaxaca. Otros hasta se animaban a dar charlas en las universidades sobre la problemática. Y todo esto sin que experimentaran el mínimo sonrojo profesional.

VI

Si tras el cartel no marcharan decenas de miles de personas, el texto de la pancarta que encabeza esta nueva movilización por las calles de Oaxaca podría tomarse con ligereza: “Calderón: nos vemos en el 2010”. Un iracundo Emiliano Zapata flanquea la leyenda junto con dos carabinas 30-30.

Durante 2006 me topé con proclamas similares una y otra vez. Por todo el país, en cada lugar al que fui para cumplir con mi trabajo, fue lo mismo: el clima político parece desear tormentas hacia el final de la década. Durante las primeras 5 semanas del año encontré las pancartas en el sureste pobre, en ciudades y pueblos de Chiapas, Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Veracruz, donde viajaba el Subcomandante Marcos alentando a personas y a organizaciones para que formaran parte de La otra campaña, un movimiento anticapitalista.

Las mismas pancartas aparecieron después, durante febrero, en el noreste de México, en Coahuila, en la mina de Pasta de Conchos, donde el Secretario del Trabajo, Francisco Salazar, y los insensibles directivos de Grupo México, maniobraban para rescatar la imagen de un consorcio rapaz, antes que a los 65 trabajadores sepultados bajo toneladas de carbón. Si no hay solución, habrá revolución, gritaban las viudas de los mineros mientras zarandeaban, desconsoladas, a los funcionarios inútiles y torpes.

Más tarde me topé con la imagen de Zapata, invocando una nueva movilización histórica en 2010, en las comunidades de Guerrero, donde el Gobierno de Vicente Fox fracasó en su intento de construir la presa de La Parota. El rechazo de los comuneros que no quisieron ver inundadas sus casas, sus tierras y, sobre todo, los panteones donde reposan sus muertos fue infranqueable. La oferta oficial no ayudaba: una casa del Infonavit, de 80 metros cuadrados, en la periferia de Iguala.

Lo mismo sucedió en Lázaro Cárdenas, Michoacán, donde las fuerzas federales, estatales y municipales fueran vencidas por centenares de trabajadores que tomaron las instalaciones de la siderúrgica local, defendiendo la autonomía de su sindicato, dirigido por el cuestionado líder Napoleón Gómez Urrutia. La pancarta también estaba ahí, en forma de manta gigante, colocada sobre uno de los trascabos utilizados en la batalla, y decía, sin más: “FOX: El 2010 está cerca…”.

Ni se diga en San Salvador Atenco, Estado de México, donde el 4 y 5 mayo un estúpido pleito de mercado derivó en la rebelión de un pueblo de por sí rebelde y en el más deshumanizado operativo de represión en México que el siglo XXI haya atestiguado.

“Nos vemos en el 2010, cabrones, van a ver cómo les vamos a partir la madre”, dijo, después de la derrota, en plena retirada, uno de los habitantes del poblado que en 2002 rechazó la construcción de un Aeropuerto Internacional.

Por si fuera poco, unos días antes de llegar a Oaxaca, encontré las mismas imágenes y referencias verbales en las minas de Cananea y Nacozari, Sonora, región del noroeste del país donde, hace 100 años, se sucedieron los primeros trazos de lo que sería la Revolución Mexicana de 1910.

Y sucedió también en Oaxaca, en octubre. En una de las muchas marchas apareció la pancarta, con la misma frase: “Calderón: nos vemos en el 2010”. ¿Hacia dónde nos dirigimos?, me preguntaba mientras caminaba entre la multitud que marchaba por las calles oaxaqueñas, exigiendo que se fuera el tirano que hoy sigue gobernándola

¿Es real esto de que cada cien años México vive una sacudida social o tan solo es un espejismo producto de la imaginación popular?

Habrá que esperar para verlo y contarlo. Es nuestro deber.

Muchas gracias.

Este texto fue preparado para el Congreso de la Asociación de Periodistas de Oaxaca. Para los compañeros de la APO, un abrazo largo y un café bien fuerte que aún hay mucho por contar. Un agradecimiento especial a mi amiga Frida, alias Verónica Villalvazo.
Diego Enrique Osorno
diego.osorno@gmail.com

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